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La transformación de Santiago

Durante la primera mitad del siglo XIX las ciudades del país, y en especial Santiago, no sufrieron grandes cambios con respecto a su aspecto y distribución colonial. Al consolidarse el sistema político y económico burgués en la segunda mitad del siglo, la oligarquía abordó la cuestión urbana comparándose con las ciudades europeas e interpretaron el asunto como un problema de retraso material y cultural y de ausencia de un proyecto modernizador frente a la herencia colonial.

Para la elite fue urgente modificar la fisonomía de Santiago, capital que debía ser el ejemplo a seguir por el resto de las ciudades del país. Su intención fue convertirla en una ciudad llena de plazas y parques, calles amplias y transitables que acortaran los tiempos de circulación, un espacio limpio, sin contaminación ambiental ni visual, de fácil acceso y donde fuese posible controlar a la población. En definitiva, una ciudad oligárquico-burguesa con todas las comodidades para gobernar, comerciar y producir.

Esta visión modernizante se favoreció económicamente por los ciclos mineros de la plata y el cobre que aportaron enormes recursos a las arcas fiscales y a las fortunas empresariales, recursos que se invirtieron posteriormente en mejorar la infraestructura de la capital. A esto se sumó la migración de empresarios y comerciantes extranjeros que ayudaron a fortalecer el proceso de crecimiento económico. Las capitales latinoamericanas -incluyendo a Santiago- "aprovecharon la riqueza del país, y generalmente modificaron su fisonomía; y no sólo porque se supuso que debían dar la imagen de un país próspero, sino porque en ellas se alojaron los grandes intermediarios, los banqueros, los exportadores, los financistas, los magnates de la bolsa" (Romero, Luis Alberto. La ciudad occidental. Culturas urbanas en Europa y América. Buenos Aires: Editorial Siglo XXI, 2009, p. 241).

En ese sentido, el primero que tomó la iniciativa respecto a una transformación radical de la ciudad de Santiago fue Benjamín Vicuña Mackenna (1831-1886), quien como intendente proyectó diversos cambios inspirados en las capitales europeas que conoció durante sus viajes. Entre sus reformas estuvo la construcción del paseo del cerro Santa Lucía y del Camino de Cintura que delimitó el centro de la ciudad, además de la creación de nuevas plazas, la canalización de parte del río Mapocho, la extensión del alumbrado público y el agua potable, junto con una importante reforma del transporte y seguridad (Vicuña Mackenna, Benjamín. "La transformación de Santiago: notas e indicaciones respetuosamente sometidas a la Ilustre Municipalidad, al Supremo Gobierno y al Congreso Nacional". Santiago: Imprenta de la librería del Mercurio, 1872). A pesar de sus esfuerzos, el proyecto de Vicuña Mackenna quedó inconcluso, debido a que siguió una carrera política como candidato a la presidencia y porque las condiciones económicas no le permitieron llevar a cabo todos los trabajos proyectados, lo que se retrasó aun más debido a la crisis económica nacional y mundial que se mantuvo hasta 1880.

En las últimas décadas del siglo XIX, los ingresos empresariales y fiscales producto del desarrollo de la industria del salitre, el de la agricultura y la minería del carbón permitieron continuar con la transición reformadora de la ciudad. Esto se vio reflejado en la aparición de nuevos barrios, en el levantamiento de edificios públicos -particularmente durante las celebraciones del centenario de la república- y por la construcción de grandes casas y palacios para la elite local. El desarrollo del comercio permitió la aparición de tiendas que vendieron productos llegados desde Europa y otras partes del mundo. La demanda de productos manufacturados para el consumo del país ayudó al levantamiento de fábricas en el entorno urbano, las que exigieron una alta demanda de mano de obra. La construcción del ferrocarril urbano, siguiendo el Camino de Cintura, fue fundamental durante este proceso de marginación y de creación de límites entre las dos ciudades que se estaban gestando.

En 1929 el ingeniero y arquitecto Carlos Carvajal identificó en uno de sus textos los seis proyectos históricos de transformación de Santiago que se intentaron desarrollar desde 1870 y hasta 1915, entre los que destacó el de Vicuña Mackenna, la iniciativa del alcalde Ismael Valdés Vergara (1853-1916) y el proyecto creado por una comisión del Senado en el año 1912. Al convertirse el centro de la ciudad en un espacio cívico y de la clase alta, los sectores medios y bajos fueron empujados paulatinamente hacia las periferias noroeste y suroeste de la ciudad, lo que produjo la aparición de los primeros barrios marginales.