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Réquiem

Dedicado a la muerte de su madre, este poema de Humberto Díaz-Casanueva, escrito en 1944, marca uno de los puntos más altos en la obra del poeta, y que le valió numerosos comentarios de la crítica, e incluso los elogios de Gabriela Mistral, quien apuntó que la poesía de Díaz-Casanueva venía a llenar un vacío por largo tiempo mantenido en la poesía chilena: el del asunto y el tono trágicos. Dentro de la poesía de Díaz-Casanueva, siempre transitando en los territorios del misticismo filosófico y la metafísica, Réquiem destaca como un poema de un hondo significado, y que se encuentra atravesado por el dolor causado por la muerte de la madre.

Díaz-Casanueva volcó en su Réquiem un lenguaje lleno de imágenes -en ocasiones herméticas-, enfrentándonos a la devastadora fuerza de la muerte, representada en la dolorosa ausencia del ser querido y en la sensación de verdadero desamparo que transmiten los versos. Desamparo y dolor profundos que nacen en la vida que se escapa, pero en el que a pesar de todo permanece la madre como imagen de la portadora de la vida: "De pronto escucho un grito en la noche sagrada, de mi casa/ lejana, como removidos los cimientos,/ viene una luz cegada, una cierva herida se arrastra cojeando,/ sus pechos brillan como lunas, su leche llena el mundo lentamente".

Díaz-Casanueva, poeta de palabras siempre portadoras de sentidos ocultos, hace de Réquiem no sólo el canto a la madre arrebatada por la muerte, sino que desnuda en el poema las debilidades del hombre frente a esa misma muerte que le roba la presencia poderosa de su progenitora, convirtiendo el poema, también, en su declaración de impotencia frente al fin inevitable.

Poema de muerte y de desgarro, Réquiem es, también y quizás por sobre toda otra interpretación, un canto de amor filial. La figura de la madre aparece enaltecida, situada como viga maestra o guía del devenir del poeta, que se reconoce en la obra de la mujer que le dio la vida y del sacrificio por ella realizado. Y es en ese reconocimiento, en esa declaración de amor, en donde nace el desamparo metafísico, y tan real, tan tangible a la vez, que atraviesa el poema. Y es también ahí donde nace su belleza, en el seno del dolor de lo irreparable.

Réquiem, además, no sólo viene a llenar ese vacío que arrastraba la poesía chilena del que hablaba Gabriela Mistral -el de lo trágico-, sino que se constituye como afirmación definitiva del lenguaje y la forma de enfrentar la poesía con las que Díaz-Casanueva -en un trayecto iniciado con su primer libro, El aventurero de Saba- renovaría la escena poética chilena, ganando para ella nuevos territorios, imágenes y preocupaciones.