Subir

Música religiosa

Una parte importante del repertorio creado e interpretado en Iberoamérica colonial, fue aquel diseñado para las catedrales e iglesias de la época. La iglesia había establecido, desde hace un milenio, la unidad litúrgica de las misas y oficios, delimitando, con ello, la presencia de los cantos religiosos que deben acompañar la misa en las distintas fechas del año; la labor de los compositores de música religiosa debía atenerse a estos preceptos.

De este modo, las obras hechas por los compositores locales o extranjeros o las piezas traídas desde el exterior para las catedrales hispanoamericanas, se estrenaron dentro del rango del año litúrgico, que comprendía Magnificats (canto ejecutado al final de las vísperas), oficios de Semana Santa, salmos, antífonas y misas.

Hasta el día de hoy, la misa esta compuesta de música que pertenece al propio (Proprium missae) y al ordinario (Ordinairum missae). El propio son los cantos que se interpretan sólo en determinadas épocas del año (introito, gradual, aleluya, tracto, ofertorio y comunión, entre otros), mientras que el ordinario corresponde a cantos estables que litúrgicamente deben realizarse en todas las misas, es decir, son cantos invariables, como Kyrie (perdón), Gloria, Credo, Sanctus, Benedictus y Agnus Dei (Cordero de Dios).

Estas dos partes de la misa, particularmente aquella referida al ordinario, han sido los grandes puntos de referencia que desde el siglo XIV han dictado las pautas formales para la composición de música polifónica o monódica eclesiástica. Estas pautas fueron seguidas fielmente por los compositores que trabajaron al servicio de las catedrales hispanoamericanas. Esto no evitó que crearan música religiosa en formato de villancicos y música profana para otras instancias.