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Pláticas literarias (1889)

El primer libro que Pedro Nolasco Cruz publicó en el ámbito de la crítica literaria fue Pláticas literarias (1889), una colección de artículos que aparecieron "en diversos periódicos, principalmente en la Revista de Artes y Letras", entre 1886 y 1889 (Pláticas literarias. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes, 1889, p. 7).

En Revista de Artes y Letras, Cruz fue un colaborador frecuente; en sus páginas también dio a conocer textos literarios, específicamente, el cuento "Los dos besos", en 1884, y el juguete cómico "La rábula y los campesinos", en 1888.

En Pláticas literarias se reunieron los artículos "L'Œuvre (novela de E. Zola)", "Arauco domado", "Quevedo", "Algo sobre la música", "Una representación de Norma", "La seudo crítica", "Charla sobre las letras y la política", "La protección de los artistas", "Moratín" y "El arte docente". Algunos de estos textos se refirieron a la obra de autores de forma general y otros sobre alguna de sus publicaciones en particular, como el que dedicó a la novela L'Œuvre de Émile Zola (1840-1902), juicio con el que se hizo parte de las más amplias discusiones acerca del naturalismo que se dieron en Chile.

Entre los artículos que aparecieron en este libro, "La seudo crítica" trató en específico sobre la visión de Cruz respecto de los objetivos de la crítica literaria y quienes denominó "seudo críticos", por su actitud complaciente o afectiva ante las obras criticadas.

En relación con los objetivos de la crítica literaria indicó, en primer lugar, que esta desempeñaba "en la república literaria el papel de la policía en las ciudades; es decir, que está encargada de velar por el orden literario conforme a las prescripciones de la belleza, y le toca aplicarlas en los casos particulares, prevenir lo que pudiera hacerse en contra de ellas, corregir lo que así ya estuviese hecho, revisar las patentes de ingenio para dar libre paso a los que las tuvieren legítimas y estorbarlo a los que anduviesen con patentes falsificadas". También, mencionó que a la crítica le correspondía "atender al aseo y limpieza de las letras, impidiendo que se amontone el mal gusto y forme esos focos de infección que han ocasionado grandes pestes literarias, de cuyo contagio no escapan ni los ingenios más bien constituidos". Entre estas "pestes" a las que hizo referencia presentó como ejemplo el culteranismo y conceptismo en España y también el naturalismo en Francia (Cruz, Pedro Nolasco. Pláticas literarias. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes, 1889, p. 148).

Los juicios del seudocrítico serían de gran conveniencia para ciertos autores, según Cruz. Para los autores mediocres, por ejemplo, pues como el seudocrítico "no conoce bien las ordenanzas y es más o menos cegato, pueden fácilmente captarle la voluntad, engañarlo y arrancarle aplausos que nunca dejan de tener eco en alguna parte" (p. 150). Para los autores famosos, pues ante ellos el seudocrítico "no se atreve a hundir la mirada en punto tan respetado, no se atreve a arrostrar las iras o el menosprecio del vulgo, y desconfía de su propio raciocinio. Su crítica de un autor famoso es una serie no interrumpida de éxtasis. Todo es soberbio, maravilloso, divino" (Cruz, p. 168).

A modo de ejemplo de quienes ejercían la "seudo crítica" se refirió a dos grupos. Por una parte, a los poetas y artistas que escribían crítica literaria, cuyos juicios consideró que habían de mirarse con desconfianza, ya que "son más creídos que nadie, en virtud de esta reflexión: 'Quien puede lo más, puede lo menos. Si fulano puede escribir una hermosa poesía, es claro que también podrá juzgar rectamente las poesías que otros hagan, cuanto más que, por experiencia propia, conoce la manera como tales cosas se hacen'". Es decir, para Cruz, una persona que sea poeta o artista no necesariamente puede llegar a ser un buen crítico, aunque se destaque en su ámbito de creación. Cruz precisó que "el crítico no necesita ni un grano de imaginación creadora; pero sí ha de poseer una sensibilidad tal que le permita percibir hasta los más leves pormenores de la concepción estética" (Cruz, p. 151).

El otro grupo al que hizo referencia fueron los eruditos, a quienes también era necesario tener desconfianza, pero por razones distintas: "El erudito siente cariño y afecto casi paternal a todo lo que se ha escrito, y siempre anda aquejado de ansias de leer cuanto hay, no para darse gustos estéticos, saborear bellezas o embeberse en contemplaciones ideales, sino para hacerse cargo de la obra, darla a conocer al público y clasificarla en la historia literaria. De aquí resulta que su espíritu está siempre inclinado a evaluar una obra por sus méritos relativos, que son los que le saltan a la vista, antes que por lo que ella tenga de distintivo y propio". Cruz señaló que los eruditos podían dar muchos detalles y que sus observaciones pueden ser "muy notables y verdaderas" respecto de los textos estudiados, "pero el alma, la inspiración de la obra, de ordinario se le escapa. Y aun cuando en aquello primero sus observaciones sean muy notables y verdaderas, en esto último bien pueden ser ordinarias, desteñidas y falsas, y darnos una idea errónea, que fácilmente se nos entra viniendo rodeada por el aparato de la erudición". Según su punto de vista, tal modo de realizar la crítica resultaba en desorientación para el lector (Cruz, p. 157-158).

Según Raúl Silva Castro (1903-1970) en su libro La literatura crítica de Chile, habría bastado Pláticas literarias para ceder a Pedro Nolasco Cruz "un honorable sitio entre los críticos chilenos; pero siguió practicando el mismo género, y olvidando los ensayos novelescos de la juventud, con el tiempo se consagró totalmente a la crítica" (La Literatura crítica de Chile: antología con estudio preliminar. Santiago: Andrés Bello, 1969, p. 19).