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Disciplina y oración

Para recluir a las mujeres de "mal vivir", en la Casa de Recogidas se prescindía de la realización de un juicio ordinario, en el cual era suficiente la decisión arbitraria de las autoridades políticas para establecer la condena. Para recuperar su libertad, las mujeres dependían del dictamen del Obispo quien otorgaba la absolución a partir de los informes del capellán y de la rectora del recinto. El plazo de reclusión era indefinido al momento en que ingresaban las "depositadas". La remisión de la pena por lo general se producía cuando ellas se reconciliaban con sus esposos, contraían matrimonio o elegían la vida religiosa. Otras "recogidas" salían del presidio cuando las autoridades contaban con pruebas suficientes que avalaran la transformación de su carácter.

En los inicios del sistema, eran cinco o seis beatas al cuidado del reclusorio, cuyas funciones estaban muy bien definidas. Entre ellas existía la rectora; la ministra, a cargo del aseo y cocina, y de asignar los turnos de trabajo a las recogidas; la portera, y una escucha. Esta última, se dedicada a oír las conversaciones de las internas.

Las Esclavas de Jesús aplicaban a las reas una severa disciplina monacal. La redención de las asiladas dependía de la permanente práctica de la fe católica, a través de rezos, misas, comuniones y confesiones que copaban sus días. En 1740 las condenadas escribieron al Rey para denunciar el maltrato en el penal, la ilegalidad de los procedimientos, y sobre todo, para acabar con una penalización que sancionaba sin distinguir entre delitos graves y leves.