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Mujeres y espiritismo

Pese a que la mayor parte de los libros, artículos y debates sobre la doctrina espiritista fueron protagonizados por hombres, las mujeres también ocuparon un lugar importante en el espiritismo.

Su participación se desarrolló principalmente en el espacio doméstico, a través de sesiones realizadas en privado. En 1914, la Revista de Estudios Psíquicos relató las comunicaciones con espíritus que se llevaron a cabo "en la intimidad y reserva de familia, en casa de una distinguida señora de Santiago" ("Importantísimas sesiones mediamínicas en la capital", n° 133, p. 3272). De acuerdo al relato, la sesión fue dirigida por una mujer médium y el objetivo fue ayudar a una amiga que sufría la muerte de su hijo. Para la revista, la comunicación entre esta madre y su hijo confirmaba "la seguridad de que el Misterio se desvanece y que los resplandores del Más Allá han de orientar nuestra vida" ("Importantes…", p. 3275).

Las capacidades que tenían las mujeres para actuar como médiums fueron reconocidas por los espiritistas nacionales. En 1907, La Voz de los Muertos afirmó que entre las mujeres se encontraban "los mejores médiums", debido a la "delicadeza de su sistema nervioso" y a que ellas adquirían con mayor facilidad virtudes como la paciencia y la bondad. Asimismo, la publicación sostuvo que los espíritus preferían encarnarse en mujeres, ya que de ese modo se acercaban más rápidamente a la perfección ("El espiritismo y la cuestión social, n° 7, p. 3).

Un reconocido caso de médiums chilenas fue el de las hermanas Ximena (1891-1987) y Carmen Morla Lynch (1887-1983), cuyas habilidades para comunicarse con los espíritus fueron relatadas en las memorias de la escritora Inés Echeverría (1868-1949). Pese a que Echeverría no utilizó los nombres reales de estas mujeres, posteriormente escritores como Armando Uribe (cf. Vida viuda. Lumen, 2018) asociaron a ellas los personajes de la historia que tenían la capacidad de mover objetos sin tocarlos y contactarse con seres invisibles (cf. Inés Echeverría. Cuando mi tierra fue moza. Santiago: Nascimento, 1943)

Pero las mujeres no solo participaron del espiritismo desde la práctica, en su rol de médiums, sino que también desde la discusión filosófica sobre esta doctrina. Una de las mujeres que participó en este debate fue Rosario Orrego (1834-1879), quien en 1874 reflexionó en la Revista de Valparaíso sobre la existencia de distintos tipos de espíritus y la variabilidad de los experimentos espiritistas, concluyendo que "ante los hechos, preciso nos será creer en la comunicación de los espíritus con los hombres" ("Revista de la Quincena", tomo II, p. 395).

Un caso distinto fue el Compendio de la gran doctrina, libro publicado en 1896 para "facilitar el conocimiento de la doctrina espiritista" (Santiago: Imprenta Cervantes, p. 16). Pese a que el libro fue firmado por "Hugo Polo", años más tarde una revista espiritista afirmó que este era el seudónimo de una escritora "que lleva un nombre esclarecido en la historia y en las letras americanas" ("Luz del cielo". A dónde vamos?, n° 4, 1903, p. 110).

También hubo mujeres que se opusieron al espiritismo. Este fue el caso de Mercedes Echeverría de Vargas, quien en su libro Treinta y tres días de espiritismo narró que luego de su experiencia como médium durante treinta y tres días, concluyó que el espiritismo era obra del demonio. En el libro, Echeverrías advirtió a las madres de familia sobre los peligros que el espiritismo podía causar en sus hogares. Los espiritistas reaccionaron a la publicación de este libro cuestionando su autoría, al señalar que "los autores del folleto en cuestión (no la señora en cuyo nombre aparece publicado) no tienen ni la más remota idea de la doctrina" ("Conversando con el diablo". A dónde vamos?, n° 1, 1901, p. 30).