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Ser buena madre

Hacia el centenario, los textos que aconsejaban a las madres sobre la crianza de sus hijos eran abundantes. Sin cuestionar la supuesta esencia maternal de las mujeres, estas publicaciones sostenían que para ser una buena madre ya no era suficiente pertenecer al sexo femenino. El aprendizaje era fundamental para vencer la ignorancia de las mujeres en materia de puericultura, cuestión que afectaba por igual -según los médicos- tanto a madres pobres como a las adineradas. Estas últimas podían acceder a estos conocimientos a través de obras médicas de divulgación y de artículos y columnas periodísticas como las publicadas por la revista femenina Familia.

Pero, ser buena madre era más complejo que dominar los principios de la "maternidad científica". Desde la tierna infancia a la juventud de los hijos, las madres cuidaban de su higiene y alimentación, además de ser las principales responsables de su formación espiritual, moral y cívica, por lo que se esperaba que fueran un ejemplo de virtud. Una buena madre entregaba disciplina y afecto a sus hijos, les transmitía la fe y los apoyaba en sus tareas escolares, concentrando su rutina diaria en la atención de las demandas familiares. Para las mujeres de la elite, una buena madre era aquella capaz de formar para la patria ciudadanos útiles e hijas colmadas de valores, que fueran ejemplos para sus futuros hijos.

Es importante hacer notar que fue esta misma exigencia moral y cultural sobre la mujer y su rol de madre, la que legitimó socialmente la necesidad de instrucción femenina y su consecuente entrada a los niveles superiores de la educacion.