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Origen y soluciones

Para los profesionales las causas del fenómeno radicaban en la falta de educación moral y social de la juventud. Respecto a niñas y jóvenes, se creía que la modernidad estaba conllevando un exceso de libertades que fomentaban las relaciones sexuales tempranas y sin compromiso. Además, eran insuficientes las advertencias que recibían sobre los peligros de dejarse llevar por los consejos de malas amistades y el cortejo de hombres mayores o seductores que les ofrecían lujos, una verdadera tentación ante su pobreza. Más que la desventura de las madres solteras, urgía resolver el problema de los niños abandonados y el aborto, y corregir la débil salud de los infantes, congénita y adquirida socialmente, por causa del desamparo de las madres solteras. Esta última era la meta de la eugenesia, disciplina que aspiraba a la reproducción de niños sanos y fuertes. Inserto en este marco, el médico Carlos Ramírez propuso un proyecto estatal de atención integral en el cual desde la escuela, jóvenes de ambos sexos recibirían nociones de "responsabilidad y conciencia procreacional", formándoles en el "auto-control" de sus instintos sexuales. Asimismo, en su proyecto, como en el de otros médicos, entre ellos, Carlos Monckeberg, Humberto Recchione y María Figueroa, se planteó la protección a las madres solteras, mediante varias medidas: primas estatales, hogares para acogerlas un breve tiempo antes y después de dar a luz, enseñándoles algún oficio; y el temprano control del embarazo para supervisar que la madre conservara al hijo y se desarrollara una gestación sana.

La investigación de la paternidad también se sugirió como iniciativa. Sin embargo, la política más radical y polémica que involucró a las madres solteras surgió en la Primera Convención Médica de Chile de 1936 donde se promovió el uso de métodos anticonceptivos y el aborto gratuito, para las madres trabajadoras pobres en situación de riesgo sanitario y social. Las feministas del MEMCH refrendaron esta propuesta a través de su periódico La Mujer Nueva, pero a diferencia de los médicos, aspiraban no solo a defender la salud de los niños, sino también los derechos de las mujeres a regular su fecundidad.

Independiente de los proyectos estatales, las visitadoras sociales de consultorios y maternidades asumían soluciones concretas en torno a madres solteras. Su oficio en relación a ellas consistía en seguir y preocuparse de cada caso en particular. Podían recorrer la ciudad junto a la grávida para encontrarle asilo, maternidad, trabajo, u obras que la dotaran de ajuar. A veces las madres ignoraban que por ser aseguradas tenían una serie de derechos asistenciales, y las visitadoras les informaban y contactaban con las agencias estatales. Además, dentro de su quehacer estaba perseguir a los progenitores para convencerlos de contraer enlace nupcial con la madre de su hijo, o al menos que aportaran económicamente en la crianza. Tampoco eran extraños los casos en los cuales las visitadoras debían disuadir a las madres de atentar contra la vida de sus hijos, ofreciéndoles su apoyo e intentando transmitirles el amor por ellos.